Capítulo
1
La
puerta de la sala de juntas estaba entreabierta; el sonido de los lápices
escribiendo a toda velocidad sobre el papel y la melodiosa voz de su jefa
llegaba hasta sus oídos de forma nítida.
Conteniendo la respiración, Eve asomó la
cabeza en la habitación dando gracias porque esa temible mujer estuviera de espaldas
y no posara su mirada enfadada sobre ella reprendiéndola por llegar tarde, otra
vez.
—Pasemos
al asunto de los Goldstein —decía en ese momento —No les ha gustado la campaña
que hemos diseñado para ellos. Quieren algo más juvenil, que atraiga a otro
tipo de clientes. Alan tendrás que rediseñar todo desde el principio —le
comunicó Mónica sin apartar la vista de su block de notas.
El
director de arte apretó el lápiz entre los puños maldiciendo para sí. Le había
llevado dos meses completos realizar esa campaña y ahora tendría que empezar
todo de nuevo.
—Bien
chicos creo que eso es todo. Volved al trabajo. ¡Eve ven a mi despacho! —le
ordenó sin dedicarle una mirada.
Mónica
salió con paso regio balanceando las caderas sobre unos tacones de vértigo seguida
por Eve, que tragó saliva pensando en la reprimenda que le esperaba.
—Cierra,
por favor —le pidió Mónica cuando entraron en el despacho.
Diligente,
se sentó frente a su mesa y cruzó las piernas mientras mordisqueaba un lápiz y
miraba a su jefa con expectación.
—El
puesto de jefe de equipo está vacante, ¿lo quieres? —le preguntó sin mirarla,
concentrada en buscar unos documentos entre la pila que había amontonada sobre
el escritorio.
Eve
la miró de hito en hito y mantuvo el lápiz en el aire sin saber si lo había
dicho en serio.
Su
jefa levantó la mirada hacia ella esperando su respuesta y sonrió al ver la
expresión de sorpresa reflejada en su pequeño rostro ovalado.
—En
cuatro años has pasado de becaria a ser mi ayudante personal. Si sigues así,
estarás ocupando mi sillón en otros cuatro. Tienes mucho talento Eve, no lo desaproveches.
—¿En
serio quieres que sea jefa de equipo? —preguntó sin salir de su asombro.
Era
la primera vez desde que había empezado a trabajar en esa prestigiosa agencia
de publicidad que su jefa la elogiaba de esa manera. Mónica Vincent pensaba que
tenía talento.
Se lo habría tomado a broma, si no
hubiese escuchado esas palabras de su boca. Había trabajado cómo una esclava
durante cuatro años para la implacable directora del departamento creativo,
sólo para demostrarle que podía hacer aquel trabajo.
Como
jefa era exigente y perfeccionista hasta niveles inhumanos y la había llevado al
agotamiento extremo en más ocasiones de las que quería recordar, siempre
agobiándola con los plazos de entrega y su falta de ideas originales.
Y ahora, con tan sólo veinticinco años,
le ofrecía un puesto para el que pensaba que tendría que esperar al menos otros
cinco años más.
—Si
no lo quieres se lo daré a otro —anunció volviendo a prestar atención a los
papeles. —¡No! —Gritó sobresaltando
a Mónica —Quiero decir que sí, que lo quiero, ¡claro que lo quiero!
Eve
se levantó echándose a reír ante su propio nerviosismo, mientras su superior
sonrió y la observó entrelazando las manos encima de la mesa, dejando al
descubierto su perfecta manicura de cincuenta dólares.
—Empezarás
el lunes con una reunión a la que asistirán el planificador estratégico y el
director de producción. Ven preparada, querrán saber todos los detalles de la
campaña de Puma infantil.
—¿El
señor Jameson quiere que yo le explique el desarrollo de la campaña? Pero
pensaba que….— se interrumpió mordiéndose la lengua antes de meter la pata.
Mónica
suspiró y estiró sus largas piernas por debajo de la mesa.
—¿Pensabas
que me había apropiado de tu idea? —adivinó con cansancio.
—Yo…
—¿Por
qué crees que te he ofrecido el puesto a ti antes que a los demás? Ya te lo he
dicho. Hace años que no veo a nadie con tanto talento. No soy la zorra egoísta
que todos pensáis.
—No
creo que seas una zorra egoísta —dijo Eve rápidamente.
—Pues
deberías —dijo con firmeza, mirándola como un depredador a su presa. Finalmente
esbozó una sonrisa.
Eve
se echó a reír y se giró para coger el tirador de la puerta.
—No
te defraudaré Mónica, te lo prometo —dijo con sinceridad volviéndose hacia su
jefa antes de salir.
—Ya
lo sé encanto. Eres la única que merece la pena de ese atajo de lameculos.
Eve
intentó parecer escandalizada pero la sonrisa radiante que mostraban sus labios
era imposible de disimular. Cerró tras ella con los ojos cerrados y una expresión
soñadora.
—¿Estás
bien? —le preguntó Alan al pasar junto a ella cargado de carpetas hasta la
barbilla.
—Mejor
que nunca. —Espetó mirando a su compañero sonriente y echó a andar hacia su
mesa.
—¿Te
apetece tomar luego una copa? —preguntó con un deje de ansiedad, sabiendo que
perdía el tiempo.
—Claro,
¿por qué no?
Alan
la miró boquiabierto y enseguida un intenso color rojizo le subió por el cuello
hasta las mejillas.
—¡Genial!
Ehh… podemos ir al Devil’s —sugirió con nerviosismo.
—Vale…
—contestó distraída sentándose en su mesa.
Introdujo
un pendrive en la ranura del ordenador y comenzó a transferir todos los
archivos de la campaña de Puma que había guardado celosamente. Iba a ser un fin
de semana agotador, pero pensaba preparar la mejor presentación que sus jefes
hubiesen visto nunca.
Alan
revoloteó alrededor de ella un par de minutos más hasta que se dio por vencido de
mantener una conversación. Sonrió ensimismado mientras se dirigía hacia su
propia mesa de trabajo. ¡Iba a salir con la Frígida Sheffield! ¡Nadie iba a
creérselo!
Cuando
llegó la hora de marcharse, Alan la dirigió hacia su coche posando una mano
sobre la base de la espalda con cuidado de no incomodarla, estirándose cuan largo
era, orgulloso como un pavo real al ver la mirada atónita de algunos de sus compañeros
de trabajo. Varios de ellos habían
intentado salir con Eve en algún momento u otro, pero tras darse cuenta de que
a ella sólo le interesaba su trabajo se habían dado por vencidos. Que a esas
alturas estuviera con Alan, era toda una bomba para el club de cotillas de la
empresa.
El
Devil’s era una discoteca del Soho que había abierto sus puertas no hacía mucho
tiempo, pero rápidamente se había convertido en un lugar de moda en la ciudad,
lo que explicaba la cantidad de gente que se agolpaba en el interior.
Eve
se quitó el abrigo mientras movía las caderas a ritmo de la música borrando de
un plumazo todos los remordimientos que tenía, por haber aceptado aquella invitación
teniendo tanto trabajo pero hacía una eternidad que no salía a divertirse. Al
fin y al cabo, su ascenso merecía una celebración.
—Vamos
a la barra —le gritó Alan al oído para hacerse oír por encima de la música. —Está
llenísimo, ¿no? —señaló con una mueca.
Eve
asintió observando a la gente a su alrededor, deseando salir a la pista de baile.
Se volvió hacia Alan con la intención de invitarlo a bailar, pero él estaba intentando
pedir sus copas al camarero infructuosamente.
Con una mueca dejó el abrigo sobre una
barandilla redonda de acero que separaba la barra de la zona de baile y apoyó la
espalda en ella sin dejar de mover los pies.
—¿Bailas?
Eve
miró al hombre que se había dirigido a ella con un suave acento con los ojos
abiertos como platos.
Los ojos del desconocido, de un extraño
tono castaño verdoso, la miraban con apreciación; el pelo oscuro le caía sobre
la frente con descuido y su boca dibujaba una sonrisa seductora mientras
esperaba su respuesta.
—Claro
—contestó ella sin aliento.
Él
agrandó su sonrisa y la agarró de la mano tirando de ella hacia la pista de
baile haciendo que revolotearan mariposas en su estómago.
Ryan
la sujetó por la cintura y la atrajo hacia él con lentitud. Había deseado tocarla
desde que la vio entrar en el atestado bar lleno de gente y ruido, el impulso
había sido demasiado fuerte para ignorarlo. Sus hermosas piernas torneadas
estaban cubiertas por unos leggins y un jersey largo de punto negro y manga
corta que se ajustaba a sus curvas de manera escandalosamente atractiva. No
llamaba especialmente la atención, pero había sido incapaz de mantenerse al
margen.
Ella
le miraba con sus enormes ojos castaños y sonriendo mostró dos hoyuelos en ambas
mejillas.
En
ese momento, su compañero de baile, tensó la mano sobre su cadera intentando
controlar las ganas de besarla.
—Nunca
te había visto por aquí —le dijo sin apartar la mirada de su delicioso labio
inferior.
—Es
la primera vez que vengo.
—¿Has
venido acompañada? —le preguntó sabiendo la respuesta. Había visto al tipo que
iba junto a ella sujetarle la puerta al entrar pero lo había descartado de
inmediato, ya que tenía aspecto de ser un amigo o un compañero de trabajo.
—Con
un compañero, ¿cómo te llamas?
—Ryan.
—Yo
soy Eve.
—Eve…
¿quieres que vayamos a un sitio más tranquilo? —le preguntó con suavidad sin
dejar de mirarla.
Con
nerviosismo Eve trastabilló con los pies y se mordió el labio inferior,
pensativa. Deseaba decirle que sí, pero su conciencia empezó a llamarla a voces
y se apartó de él con una sonrisa de disculpa.
—Lo
siento, creo que te has llevado una falsa impresión. Yo sólo quiero bailar.
—Es
lo que estamos haciendo —replicó él esbozando una sonrisa traviesa y
acercándola de nuevo a su cuerpo.
—Ya
sabes lo que quiero decir. No voy a “sitios” con desconocidos. —Eve se echó a
reír y le puso una mano en el hombro para mirarlo con la cabeza ladeada.
Ryan
la soltó de repente y estiró el brazo para ofrecerle una mano con formalidad.
—Ryan
McKinley, veintisiete años. Soltero, fotógrafo profesional, el menor de cinco
hermanos e hijo de una familia de ganaderos del condado de Clare, Irlanda.
—Evelyn
Shef…—echándose a reír, le estrechó la mano con delicadeza.
—¡Eve!
¿Qué estás haciendo? ¡Te he estado buscando!
Alan la miró enfadado antes de volverse
hacia el tipo que estaba junto a ella. Con una mueca de disgusto paseó la vista
por el piercing de su ceja, su camisa negra remangada y los viejos vaqueros
desgastados.
—Estabas
ocupado y yo…
—¡Vamos!
Alan
la agarró del brazo y empezó a tirar de ella. Estaba tan sorprendida que al
principio no reaccionó, después se detuvo en seco y apartó el brazo de un tirón
con el ceño fruncido.
—¿Quién
te crees que eres? —le espetó sin salir de su asombro.
—Has
venido conmigo, ¿por qué estabas con ese? —contestó chasqueando la lengua
fastidiado.
Estaba
estupefacta y empezó a sacudir la cabeza alejándose de él.
—Puedo
estar con quien quiera —contestó dándole la espalda.
Alan volvió a agarrarla pero enseguida tuvo
que apartarse al sentir un puño que se estrellaba contra su ojo. Con un grito
se tambaleó hacia atrás y se llevó una mano al ojo herido mientras miraba
sumamente furioso a su atacante con el ojo sano.
—¡Te
denunciaré, hijo de puta!
Ryan
le ignoró y se volvió hacia Eve con una expresión preocupada en sus ojos.
—¿Estás
bien? ¿Te ha hecho daño? —le preguntó con suavidad.
—¡En
la oficina deberían llamarte zorra en lugar de frígida, si tanto te gusta relacionarte
con tipos así! —se burló Alan furioso.
Ryan
se volvió hacia él tan rápidamente que Alan sólo pudo dar un alarido asustado
antes de salir corriendo del local.
Eve
se llevó una mano a la sien y fue hasta el lugar donde había dejado su abrigo
sin creer lo que estaba pasando.
Comenzó a ponérselo enfadada, notando
como su mal humor aumentaba a cada segundo pero sintió unas manos delicadas
ayudándola y miró furiosa a Ryan antes de apartarse asqueada.
—No
me toques —siseó antes de echar a andar hacia la salida.
Ryan
metió las manos en los bolsillos del pantalón avergonzado. Su hermano mayor
tenía razón al decir que era demasiado impulsivo y temerario.
Agarró su chaqueta de piel negra de
estilo motero y corrió tras ella, alcanzándola mientras intentaba parar un taxi
sin éxito.
—Deja
que al menos te lleve a casa —le pidió deteniéndose junto a ella.
Mirándole
de reojo, estuvo realmente tentada a decirle que sí. Tenía la nariz larga y
estrecha, el mentón definido y la barbilla muy masculina, y aunque el labio
superior quizá era demasiado fino, su sonrisa era sensual y arrebatadora. Los
bíceps se notaban a través de la tela de la camisa y la cintura, estrecha, daba
comienzo a unas piernas fuertes y musculosas. No le sobraba un gramo de grasa. Era
tan atractivo que tenía que controlarse para no babear como una idiota
adolescente.
—Ya
has hecho bastante. Por una maldita vez que salgo a divertirme en cuatro años,
¡cuatro años! y me tengo que topar con un imbécil y un… un…
Eve
se volvió hacia él gesticulando mientras lo miraba de arriba abajo sin
encontrar el adjetivo apropiado.
—Déjame
compensarte, por favor. Lo siento si te he ofendido pero ese tipo era un
gilipollas y no permito que nadie insulte a una mujer delante de mí. —sonrió
divertido y le colocó un mechón detrás de la oreja con ternura
Eve
volvió a morderse el labio inferior y lo miró a los ojos, incapaz de apartar la
vista. Tenía los ojos más increíbles que había visto en su vida y sin saber por
qué, se sentía irresistiblemente atraída por ellos.
Tomando
su silencio por respuesta, la cogió de la mano y fue con ella hacia donde tenía
aparcada su moto.
Eve,
se detuvo paralizada al ver la extraordinaria Yamaha VMAX de color negro que estaba
aparcada frente a ella. Le soltó la mano y empezó a dar vueltas alrededor de
ella impresionada. Pasó una mano sobre el manillar y el asiento de piel para
posteriormente sentarse a horcajadas sin pedir permiso.
—Es
una preciosidad. ¿200 caballos?
—Tiene
un motor de cuatro válvulas, horquillas telescópicas de cincuenta y dos
milímetros y doble disco lobulado con pinzas de anclaje radial de seis
pistones. — Ryan asintió gratamente sorprendido.
—Deportiva,
elegante y de alta tecnología. ¡Vamos McKinley! Estoy deseando que me des una
vuelta en esta maravilla —exclamó entusiasmada. Seguía embobada admirando el
precioso chasis de doble viga que abrazaba de forma robusta el impresionante motor.
Ryan
se echó a reír y desató el casco del copiloto para ponérselo a ella.
—No
imaginaba que fueses aficionada a las motos —le confesó sonriente mientras le
abrochaba el casco debajo del mentón. Era la primera mujer que conocía que
mostraba la misma pasión por el motor que él.
—Mi
padre esperaba un chico. Pregúntame lo que quieras sobre motos, ordenadores o
videojuegos —contestó con una sonrisa burlona.
Ryan
volvió a reír y se sentó frente a ella.
—¡Agárrate
fuerte, cariño! Estás a punto de comprobar lo que es la verdadera velocidad.
Puso
el motor en marcha y un contundente y cautivador sonido salió de los cuatro
silenciadores cortos de salida superior. Aceleró y salieron disparados sobre el
asfalto.
Eve
se agarró fuertemente a su cintura y se constriñó contra su espalda sintiendo
todo el calor que desprendía su cuerpo. Pudo notar el musculoso abdomen a
través de la cazadora y por un momento deseó poder deslizar las manos por su piel
desnuda. Con un suspiro, cerró los ojos y disfrutó todo lo que pudo del paseo.
Para
Ryan sentir sus manos alrededor de su cintura y su pecho apoyado contra la
espalda era una auténtica tortura, aunque se lamentó profundamente cuando al
fin llegaron a su destino. Apagó el motor de mala gana y descansó un pie en el
suelo mientras la observaba quitarse el casco.
—¡Ha
sido fantástico! —Eve se alborotó el pelo y se bajó de un salto emocionada. Le
devolvió el casco en silencio con una sonrisa radiante.
Aproximándose
hacia su cuerpo la besó con pasión mientras hundía una mano en su pelo y
mantenía la otra en su espalda. Eve gimió y se alzó de puntillas para abrazarlo
mientras le devolvía el beso sin timidez.
—Déjame
subir, Evelyn —susurró Ryan en su oído.
Ella
se apartó un poco asustada. No es que fuera melindrosa con respecto al sexo,
pero tampoco era promiscua. Al observar sus ojos que habían adoptado un color
verde oscuro, supo que no iba a dejar que se marchara. Con un suspiro volvió a
engancharse a su cuello.
—Está
bien McKinley.
Ryan
sonrió triunfante atenazándola en volandas sin dejar de besarla. Eve se echó a
reír y le pasó las llaves para que abriera la puerta de su pequeño apartamento
de Queens.
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